martes, 13 de abril de 2010

Juntos, pero no revueltos


Los matrimonios en la antigua Roma no se basaban en el amor ni en los sentimientos. Tras ser acordados por los padres de los contrayentes, se fundamentaban en las buenas relaciones y con el fin de reproducir la familia. Pero no resultaba sencillo. Como el número de mujeres en edad de dar a la luz disminuía más allá de los 20 años, no era sorpresa que los romanos intercambiaran esposa o se casaran con mujeres encintas (La Antigua Roma. Cómo vivían los romanos; Roger Hanoune y John Scheid)

Los matrimonios se llevaban a cabo entre los 12 y 16 años en el caso de las muchachas y alrededor de los 18 en el caso de los varones. La ceremonia revestía diferentes formas. El modo más solemne, reservado a los patricios, comportaba un sacrificio ofrecido en presencia de diez testigos (confarreatio). La segunda forma consistía en “comprar” a la esposa en presencia al menos de cinco testigos, otorgándole al futuro suegro una contradote para la obtención de la hija (coemptio).

El tercer modo, más corriente, se llamaba matrimonio por “uso” y en él la mujer entraba en la familia del marido tras un año de vida común ininterrumpida. Pero éste obtenía el divorcio si la mujer pasaba tres noches seguidas fuera del hogar (usurpatio trinocti)

Una vida y tres matrimonios

Los romanos acomodados contraían matrimonio en tres ocasiones durante su vida, de media, debido, sobre todo, a la elevada mortalidad femenina que existía, el adulterio y la facilidad del divorcio. La mujer casada ocupaba un lugar secundario en la familia. El marido era el único autorizado en romper el vínculo conyugal en tiempos de la República, aunque durante el Imperio la mujer adquirió la misma libertad (La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio; Jêrome Carcopino.

La Ley de las Doce Tablas contemplaba una sencilla forma de divorcio: Res tuas tibi habeto (coge tus cosas), que obligaba a la mujer a devolver al marido las llaves del hogar. Durante el mandato del emperador Augusto se contemplaban impuestos especiales para los solteros y los matrimonios sin hijos que rebasasen la edad apta para procrear (50 años en la mujer) con el fin de incrementar la natalidad (Vida cotidiana en la Roma de los Césares; Amparo Arroyo de la Fuente.

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