miércoles, 30 de marzo de 2011

La pandilla sagrada (y II)

El Estado romano, aunque cínicamente pragmático como era, encontraba en el culto oficial a los grandes dioses el espectáculo, la pompa y la identificación que tanto necesitaba para seguir susbistiendo.

A nivel privado, unos cultos originales de Roma eran los que se rendían a los dioses tutelares, divinidades prácticas que protegían de las calamidades: Manes, Lares y Penates eran dioses sencillos de andar por casa y uso familiar en exclusiva.

También consagradas a Vesta, diosa del hogar, eran las vestales, siete sacerdotisas religiosas escogidas entre las muchachas de las mejores familias. Hacían voto de castidad y pobreza y habitaban en un convento de clausura (atrium vestae), donde tenían a su cuidado el fuego sagrado. El castigo por la pérdida de la virginidad de una vestal consistía en enterrarla viva (Roma de los Césares; Juan Eslava Galán)

Por su parte, los arúspices (adivinos etruscos) inspeccionaban los órganos internos de un animal recién sacrificado, preferentemente un gallo o un cabrito para adivinar el porvenir. Dividían el órgano (corazón, hígado) en dos mitades. Las señales que se veían en el lado izquierdo eran de mal augurio, y las del derecho, de bueno.

Y es que a los romanos les preocupaba particularmente los 'prodigios', las cosas o acontecimientos raros que pudieran parecer signos de comunicación de los dioses. Un prodigio podía ser un niño que naciera con alguna deformidad, un topo provisto de dientes o una aparente llevia de sangre. Había sacerdotes y adivinos capaz de interpretar estos prodigios (El Mundo Clásico; Robin Lane Fox)

Los romanos no tuvieron reparo en aceptar divinidades, y solo hubo una represión importante a los seguidores del dios Dioniso o Baco, en 186 antes de Cristo, cuando las bacanales fueron prohibidas por el Senado porque a las prácticas religiosas se añadieron los placeres del vino y de la buena carne.

También existía el lado oscuro, con dioses pestilentes, Lemures de difuntos malignos vagando por el mundo sin esperanza; Laverna, protectora de ladrones y carteristas; Vejovis 'patrocinaba' la impotencia, o Mania, divinidad de la demencia. También el avistamiento de un búho o una golondrina se interpretaba como un mal augurio (La vida cotidiana en Roma en el apogero del Imperio; Jérôme Carcopino)