jueves, 23 de septiembre de 2010

La depravación de Tiberio: ¿realidad o ficción? (y II)


El historiador Suetonio, uno de los principales detractores del emperador Tiberio (gobernó del 14 al 37 d.C.), desmenuza en su Historia y vida de los Césares la barbarie del dueño de Roma, según su versión: “Puesto que una costumbre antigua prohibía estrangular a las vírgenes, ordenaba al verdugo que las violara primero y luego las ahorcara”.

Para asegurarse el poder del imperio, Tiberio no dio a conocer la muerte de su predecesor, Augusto, hasta después de haberse asegurado de la del joven Agripa, que era el hijo adoptivo de Augusto y su probable sucesor en el trono. Respecto a su físico, Suetonio relata que el emperador “tenía la mano izquierda más robusta y ágil que la otra, y tan fuertes las articulaciones, que traspasaba con el dedo una manzana, y de un capirote hería la cabeza de un niño y hasta la de un joven”.

Entre otras invenciones atroces, siempre según Suetonio, durante las cenas Tiberio había imaginado hacer beber a algunos convidados, a fuerza de pérfidas instancias, gran cantidad de vino y en seguida les hacía ligar el miembro viril para que sufriesen a la vez el dolor de la ligadura y la ardiente necesidad de orinar.

Tácito, otro historiador nada halagador sobre la figura del emperador Tiberio, dice de él en sus Anales que temía extraordinariamente a los truenos y portaba sobre su cabeza una corona de laurel “porque creía que le podía abrigar de la desgracia”.

¿Aberraciones sexuales en Capri?

Pocos días después de su llegada a su retiro en Capri, un pescador se le acercó con un barbo grande tras escalar el tajo que rodeaba la isla. El emperador, asustado, le hizo frotar la cara con su pescado. En medio de aquel suplicio, el pescador se felicitó de no haberle presentado también una langosta grande que había capturado; Tiberio mandó traerla e hizo que le desgarrasen la cara con ella.

Las críticas de Suetonio se ceban con Tiberio. El historiador asegura que el sucesor de Augusto saciaba su apetito sexual con grupos elegidos de muchachas y de jóvenes disolutos que habían inventado monstruosos placeres, formando entre sí triple cadena, y entrelazados de tal manera que se prostituían en su presencia.

Su obscenidad era tal que, según Suetonio, había enseñado a niños de tierna edad, a los que llamaba pececillos, a que jugasen entre sus piernas en el baño, excitándole con la lengua y los dientes. También ofrecía sus partes a niños grandecitos, “pero en lactancia aún”.