martes, 15 de marzo de 2011

La pandilla sagrada (I)


La religión romana se basaba en la pietas o reconocimiento del poder de los dioses y de los lazos que los unían con los hombres. El ser humano estaba obligado a conocer la voluntad divina y debía ganar su favor a través de sacrificios y plegarias. Se trataba de una relación con obligaciones mutuas. Ni siquiera las divinidades hacían favores si antes o después no recibían algo a cambio

Los tributos en cuestión a rendir eran la plegaria, el himno, el voto, el sacrificio, las técnicas adivinatorias (estudio del vuelo de las aves) y los banquetes sagrados. También había que hacer una promesa y luego una ofrenda o sacrificio, a menudo derramando sangre vitalizadora de algún animal (La civilización romana; Pierre Grimal)

El Estado se aprovechó de esta dependencia y trató de reglamentar todas las actuaciones públicas relativas al culto divino. El calendario, elaborado por el pontifex maximus, fijaba todas las ceremonias y festividades, amén de señalar los días hábiles (fastus) y los no hábiles (nefastus) 

La vida romana estaba impregnada de religión, y los habitantes del cielo influían en todos los actos públicos y privados del ser humano. La mayoría de los dioses provenían del Olimpo griego. Zeus se convirtió en Júpiter, Afrodita en Venus, Herakles en Hércules, Hermes en Mercurio,... (El esplendor de Roma; Muy Historia)

Júpiter, el señor de firmamento, era la divinidad principal del panteón romano. Con Juno, la protectora del matrimonio, y Minerva, la diosa de los artesanos, formaban la famosa tríada venerada en el Capitolio. Los romanos también adoptaron dioses del extranjero, como los egipcios Isis, Osiris o Anubis; Cibeles, de origen frigio, o Mitra, procedente de Persia. 

En el hogar, los dioses de la casa eran los receptores y el pater familias el jefe religioso. Cuando una romana traía un hijo al mundo, Juno Lucina le protegía durante el parto, y durante sus primeros días de vida tres dioses (Intercidona, Pilumnus y Deuerra) se tomaban la molestia de cortar, golpear y barrer todos los males que pudieran acechar al recién nacido (Historia de Roma. Día a día en la Roma antigua; José Nieto)

El emperador Augusto extendió los cultos de la nueva monarquía, como la veneración a César, el culto a Marte y Apolo o la propagación de la pax Augusta. Asimismo, la persona del emperador fue dotada de una atmósfera sobrehumana, susceptible de veneración en los templos.