lunes, 8 de febrero de 2010

El emperador divino y déspota: Domiciano (y II)


Amargado, desagradable y descontento. Son los calificativos que mejor definen a Domiciano. También le embargaba la envidia, primero hacia su padre Vespasiano, y posteriormente hacia su hermano Tito, ambos emperadores que le precedieron en el trono. Jugaba cruelmente con los sufrimientos de los hombres, y nunca pronunciaba una sentencia de muerte sin un preámbulo en el que ensalzaba su clemencia, su fin era la indulgencia del princeps.

Ofreció combates en el Coliseo donde no sólo luchaban hombres, sino también mujeres. Mientras duraban los juegos tenía constantemente a sus pies un enano vestido de escarlata, que era su consejero. En el terreno social prohibió castrar a los hombres y disminuyó el precio de los eunucos que estaban aún en venta en las casas de los mercaderes (Historia y vida de los césares; Suetonio)

Enemigo de todo esfuerzo físico, jamás circulaba por Roma a pie. Le encantaba practicar el tiro con arco y era diestro en estos menesteres; las flechas que disparaba con un esclavo como blanco pasaban por entre sus dedos cuando abría su mano, sin rozarlos.

Celoso y vengativo

Repudió a su esposa Domicia, quien le había dado un hijo, pero que estaba locamente enamorada del comediógrafo Paris. No pudo, sin embargo, soportar la separación y poco después volvió a llamarla, cediendo a las instancias del pueblo. Hasta fue causa de su muerte obligándola a que abortase. Ordenó enterrar vivas a las sagradas vestales que hubiesen cometido incesto. Tal fue el caso de una sacerdotisa llamada Cornelia. Además, prohibió a las mujeres deshonradas el uso de la litera y el derecho a recibir legados o herencias (Los Doce Césares. Del mito a la realidad; Régis F. Martin)

Su temor por las conjuras de palacio eran tales que en los últimos meses de su reinado gritaba al escuchar los truenos: ¡Que hiera al que quiera! Además, se rascaba verrugas hasta que sangraban preso del pánico y de que acabaran con su vida, como así fue. E hizo recubrir las paredes de los pórticos por donde paseaba con placas brillantes cuya superficie reflejaba cuanto tras él ocurría. Interrogaba a los prisioneros solo y en secreto y portaba en las manos cadenas para golpearles.

Su trágica muerte dio fin a la dinastía Flavia, que gobernó Roma primero con Vespasiano (69-79 después de Cristo), Tito (79-81) y finalmente con su reinado (81-96) Aun así tuvo tiempo de arrancar los ojos de su asesino antes de expirar.