miércoles, 15 de diciembre de 2010

Corre, corre caballito...


Como civilización dominante en el mundo, Roma siempre buscó espectáculos acordes a su poderío. Un ejemplo fueron las carreras de cuádrigas. Eran gestionadas por grandes corporaciones sustentadas por miles de accionistas. Durante siglos fueron cuatro, factiones, y se representaban por cuatro colores: blanco (albata), rojo (russata), azul (veneta) y verde (prasina).

Los aristócratas eran partidarios de los azules, mientras que el vulgo apoyaba a los verdes. Si gustaban tanto estas carreras entre el numeroso público que se congregaba en los circos, era por las numerosas caídas, aplastamientos o desmembramientos que se producían.

Los aurigas se recubrían de estiércol de jabalí, confiando en que el olor evitara que los caballos les pisotearan si se caían del carro. Durante las carreras, la gente enloquecía. Las mujeres se desmayaban o, incluso, tenían orgasmos. Los hombres se mordían, bailaban enloquecidos, apostaban hasta quedarse sin dinero y entonces se apostaban ellos mismos contra los tratantes de esclavos para conseguir más dinero (El esplendor de Roma; Muy Historia)

Los aurigas, que en su mayoría eran esclavos, siempre gozaron de una enorme popularidad en todo el Imperio. Su máximo exponente fue Diocles, un hispano que llegó a ganar con sus victorias, 1.462, un total de 35 millones de sestercios. Tal fue la fascinación originada por estos espectáculos, que cuando los germanos atacaron Cartago, sus ciudadanos no quisieron defender la ciudad por encontrarse participando en una carrera de caballos.

Calígula (gobernó del año 37 al 41) y Nerón (lo hizo del 54 al 68) fueron dos emperadores muy aficionados a las carreras de cuádrigas. Incluso participaron en ellas. El primero de ellos regaló a Eutychus, un famoso auriga, dos millones de sestercios en una ocasión (Breve historia de los gladiadores; Daniel P. Mannix)

Idolatrados por el populacho

Los aficionados acudían a presenciar los entrenamientos de los campeones y llenaban los muros y retretes de la ciudad con sus pintadas y graffitis en las que hacían figurar sus nombres y caricaturas. Los caballos eran extremadamente valorados, mucho más que los esclavos. A uno que hubiera ganado más de cien carreras se le llamaba centenario y llevaba un arnés especial.

Diocles llegó a tener un caballo, de nombre Passerinus, cuya veneración obligaba a los soldados a patrullar cuando dormía para evitar que la gente pudiera hacer ruido. (Roma de los Césares; Juan Eslava Galán)

En el año 404 de nuestra era el emperador Honorio clausuró los circos, pese a la protesta de la gente, aunque fue el rey ostrogodo Totila, en el año 459, quien ofreciese el último espectáculo en el Circo Máximo, estadio que llegó a albergar hasta 385.000 espectadores.