martes, 2 de noviembre de 2010

Placeres pasados por agua


Las termas estaban destinadas a practicar actividades deportivas y cuidar la salud, pero eran, sobre todo, lugares de reunión social entre los romanos. Acogían cada día hasta 3.000 hombres y mujeres, aunque eso sí, por separado. La higiene diaria fue considerada un derecho que ni siquiera se podía negar a los esclavos. Con ellas el aseo corporal llegó a las masas y a la vida cotidiana del Imperio. 

En ellas también se podía gozar de otros servicios complementarios como la sauna o el masaje. Estaban orientadas hacia el sudoeste, para que el sol calentara el caldarium, pero no afectara al frigidarium. Otro sistema para calentar las estancias era el hipocaustum, unos túneles subterráneos por donde circulaba el aire caliente (El esplendor de Roma. Muy Historia, nº31) 

Las termas de Diocleciano (gobernó el Imperio del 284 al 305 de nuestras era) fueron las termas más espectaculares, con un superficie de 13 hectáreas (13.000 metros cuadrados) También imponentes son las de Caracalla (211-217), de más de 11 hectáreas, cuyos restos todavía permanecen en pie para deleite de los turistas. 

El emperador Adriano (gobernó Roma de 117 a 138) prohibió que hombres y mujeres disfrutasen juntos del baño porque había muchas féminas que gustaban de realizar los ejercicios gimnásticos previos al baño en compañía de los hombres, y no estaba bien visto. Por su parte, Cómodo (180-192), tomaba por costumbre bañarse hasta ocho veces al día (La antigua Roma. Cómo vivían los romanos; Roger Hanoune y John Scheid) 

Los romanos también renegaron de sus termas sobre todo porque bajo sus pórticos exteriores se cobijaban fisgones, taberneros, borrachos, pendencieros y proxenetas. De algunos era costumbre beber de las aguas de las termas para saciar su sed, arriesgándose a a perecer de un exceso o de una fatal congestión (La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio; Jérôme Carcopino) 

Los godos acabaron con ellas en el 305 de nuestra era.