viernes, 27 de noviembre de 2009

El amor no es sólo cosa de dos...



Los romanos daban rienda suelta a sus deseos más escabrosos en materia sexual sin observar las rígidas reglas que exigía el pudor. Existía una doble moral. En aquella sociedad pagana nadie se casaba, ni siquiera en las clases altas. No era necesario casarse para hacer el amor, la castidad no era una virtud. Sólo se contraía matrimonio cuando se decidía transmitir el patrimonio a los hijos y no a los parientes o hijos adoptivos.

Un texto de la época señala lo siguiente: “el hombre de bien mantiene relaciones sexuales con su esposa para tener hijos; el estado conyugal no sirve para los placeres venéreos”. Y el filósofo hispano Séneca (4 a.C.-60 d.C.) remacha: “no se puede tratar a la propia esposa como a una amante” (Roma de los Césares, Juan Eslava Galán).

El ejercicio de la sexualidad sólo tenía tres limitaciones: el adulterio, el incesto y el escándalo público. El incesto se daba con frecuencia, ya que, a menudo, la esclava doméstica que sustituía a su madre en el lecho del pater familias había sido engendrada por él.

Muchos de los esclavos/as domésticos mantuvieron o fueron obligados a tener relaciones sexuales con sus señores, hasta el punto que el incremento de la natalidad llegó a preocupar al mismísimo Augusto (gobernó del 27 a.C. al 14 d.C.). El emperador intentó castigar con rigor los amores adúlteros promulgando una ley que condenaba al exilio a los culpables, les privaba de la mitad de la fortuna y les prohibía de por vida el matrimonio entre ambos.

Hacer el amor a plena luz del día o con una lamparilla encendida se consideraba un acto indecoroso. El pudor de las romanas les llevaba a no despojarse del strophium, un paño enrollado al pecho que hacía de sujetador. Sólo las más atrevidas se desnudaban completamente.

Al mejor postor

La prostitución fue ejercida, al igual que en la actualidad, por hombres y mujeres de muy distinta condición social. Las meretrices romanas desarrollaban sus actividades amatorias en los denominados lupanares. Entre los romanos se despreciaba la prostitución, aunque era la propia sociedad quien demandaba este tipo de servicios. Existía una doble moral, pues también se consideraba que tenía una función social: evitaba que los jóvenes pusieran el honor de sus familias por seducir a las esposas de sus vecinos.

La innegable labor social de los burdeles se ocultaba en los templos, donde las sacerdotisas, generalmente avezadas bailarinas, ejercían la prostitución ‘sagrada’ como servicio a los dioses (Vida cotidiana en la Roma de los Césares, Amparo Arroyo de la Fuente) Una de las prostitutas más famosas de Roma fue Mesalina (25-48 d.C.), esposa del emperador Claudio. Sus enemigos le acusaban de tener un insaciable apetito sexual que colmaba cada noche en los burdeles.

La homosexualidad no estaba mal vista, aunque con matizaciones. Se consideraba que el amor sólo se daba entre parejas heterosexuales, pero el fornicio se podía practicar con parejas del mismo o diferente sexo; eso sí, el varón debía asumir siempre una actitud activa y dominadora; la sumisión se consideraba deshonrosa y quedaba relegada a los esclavos o adolescentes.

No obstante, la aceptación que tuvo la homosexualidad, más bien la bisexualidad, estuvo negada para el lesbianismo, que era considerado una aberración (La sociedad romana, Paul Veyne) Otro acto sexual que se consideraba un ultraje a la moral de la época era el cunnilingus, puesto de manifiesto en caligramas.

La sexualidad antigua se extinguió entre los siglos I y II d.C. y dio paso a una sexualidad de reproducción. Toda relación extramatrimonial estuvo a partir de ese momento vedada, sobre todo tras la implantación del cristianismo como religión oficial del Imperio.