viernes, 11 de diciembre de 2009

La tiranía ejercida como poder: Calígula (y II)



Las extravagancias y, en especial, las atrocidades caracterizaron el breve mandato de Calígula como emperador de la antigua Roma. Así lo pone de manifiesto el historiador Suetonio en su obra Historia y vida de los Césares. Sin ir más lejos, su primo hermano Tiberio fue asesinado repentinamente por un tribuno militar que él envió.

Obligó también a su suegro Silano a suicidarse cortándose la garganta con una navaja por no haber querido acompañarle un día que salió a navegar con el mar agitado. A su tío paterno Claudio, que luego le sucedería en el trono imperial, le dejó con vida sólo para burlarse de él.

Cuando su hermana Drusila murió decretó como delito, durante los días de luto, el reírse, bañarse o comer junto con los padres, la mujer o los hijos. Su amor por sus otras hermanas era mucho menor, pues las degradaba a menudo haciendo que las poseyesen sus mancebos de placer. Algunas veces, al besar el cuello de su mujer o de sus hermanas, aseguraba con sarcasmo: “esta hermosa cabeza caerá en cuanto lo ordene”.

Calígula no consintió que se ejecutara a nadie de otro modo que poco a poco, a puñaladas repetidas y breves. Las veces que encontraba a ciudadanos con una hermosa cabellera les hacía afeitar la cabeza para afearlos. A un hermoso joven llamado Esio Próculo, durante un espectáculo, por envidia, hizo que lo sacaran de su sitio, arrastrándole por la arena y lo puso a luchar contra un gladiador. Lo paseó por la ciudad cubierto de harapos e hizo que lo degollasen.

Durante los espectáculos

Precisamente, en ocasiones, durante los combates de gladiadores, el emperador hacía descorrer los toldos de los anfiteatros en medio de un ardiente sol y no permitía que se marchase nadie del público asistente. Hizo listas de condenados que sirviesen de pasto a las fieras ante la subida del precio del ganado que les alimentaba.

Un intendente de juegos y cacerías fue azotado con cadenas en su presencia varios días, y no dio orden de matarlo hasta que se sintió acomodado por el hedor que emitía su cerebro putrefacto.

En la ciudad de Puétolos, cuando inauguró un puente que él mismo había ideado, invitó a que se reunieran cerca de la orilla a cientos de lugareños; a continuación los hizo precipitar al mar y remachar con los timones a los que se agarraban para mantener la vida.

Su excentricidad le llevó también que en medio de los espectáculos teatrales besara a los actores de pantomimas protagonistas, y si alguien permitía el menor ruido mientras éstos bailaban, les azotaba con su propia mano.