Los restos arqueológicos demuestran que los juegos de azar estaban plenamente implantados entre los romanos. El más famoso fue el de los dados (tesserae) Se fabricaban en hueso, metal o marfil y tan a menudo se trucaban que pronto se obligó el uso de cubiletes (fritilus) para ser lanzados.
También las tabas gozaron de gran aceptación, así como el juego de cara o cruz (navia aut capita). Estos entretenimientos han perdurado hasta hoy, acompañados de otros como el micatio, que enfrentaba a dos participantes que debían acertar el número total de dedos mostrados por ambos a la vez (La antigua Roma. Cómo vivían los romanos; Roger Hanoune y John Scheid)
Tal fue la afición que las leyes siempre persiguieron a los jugadores, conocidos peyorativamente como aleator. Las únicas actividades que permitían apuestas legales eran las carreras de cuádrigas, el salto de pértiga, el lanzamiento de jabalina, la lucha y el salto libre; con el tiempo se unieron las peleas de gladiadores. Incluso si se producía un robo en una casa de juegos ilegal éste no se castigaba por ley (Vida cotidiana en la Roma de los Césares; Amparo Arroyo de la Fuente)
El Estado permitía todo tipo de envites durante las fiestas de la Saturnales, un periodo de tiempo insuficiente para una población que encontraba mayor placer en la clandestinidad de las partidas que en las propias apuestas. Las posadas y las tabenas a menudo ocultaban en la trastienda un garito donde todos los días del año los romanos podían jugar sin ser vistos de manera pública.
De entre los emperadores, hubo alguno como Nerón (gobernó del 54 al 68) y Calígula (37-41) que fueron grandes jugadores; el segundo alcanzó fama de tramposo. Claudio (41-54) escribió un tratado sobre los dados y Cómodo (177-192) instaló un casino en palacio para paliar su bancarrota (La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio; Jérôme Carcopino)
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