lunes, 29 de marzo de 2010

Lujuria y depravación en el trono: Heliogábalo


Para Heliogábalo, quien gobernó Roma del 218 al 222 de nuestra era, el trono imperial era un juguete y lo empleó como tal. Era un sibarita, no viajaba con menos de 500 carros de séquito y pagaba millones por un frasco de perfume. En ocasiones le gustaba copiar el vestido y los modales femeninos: vestía togas de sedas coloradas, llevaba los labios pintados de carmín, las pestañas teñidas con henna e iba ataviado de perlas, brazaletes y coronas. (Historia de Roma; Francisco Bertolini)

De su madre se decía que vivió como una prostituta, y que el nombre de Vario (su verdadero nombre era Vario Abito Basiano) le venía porque fue concebido con el semen de varios hombres. Los enemigos del emperador afirmaban que le gustaba que le pegaran antes de practicar la sodomía, que se ofrecía en los burdeles, que seleccionaba a sus favoritos en función del tamaño de sus atributos sexuales y los recompensaba con cargos públicos.

Los chismes de la época afirmaban que Heliogábalo se hacía pasear desnudo en un pequeño carro tirado por varias mujeres desnudas. También que besaba las partes pudendas del bello Hierocles para celebrar las festividades de Flora, y que afeitaba el pubis y escroto de sus efebos con la misma navaja con la que se rasuraba la barba.

Celos y amantes

Según la Historia Augusta, se enamoró tanto de Aurelio Zótico, hijo de un panadero, por lo muy bien dotado que estaba, que le colmó de favores públicos y gozó de tanto poder como si fuera su marido. En una ocasión, mientras practicaba el acto sexual con él, le gritaba: ¡Trabaja, cocinero! El historiador Dión Casio explica que su anterior amante imperial, Hierocles, sintió celos y puso una droga en el vino para neutralizar la potencia de su rival. Aquella noche, Zótico no estuvo a la altura y fue enviado al exilio. (239 anécdotas de la antigua Roma; varios)

Según el mismo historiador, Heliogábalo preguntó a sus médicos si podía introducir una vagina de mujer en su cuerpo por medio de una incisión y les prometió una recompensa enorme si lo hacían. Hizo construir un gran templo en la colina Palatina de Roma para albergar un enorme falo negro, símbolo del dios solar Baal.

Uno de los platos favoritos del emperador eran las lenguas de flamenco rosa. En uno de sus banquetes mandó servir 1.500 a sus invitados. Los celebraba a diario y presumía de no haber bebido dos veces en un mismo vaso, ya fuera de oro o de plata. Su atolondrada curiosidad intentó descubrir, a partir de la cantidad de telas de araña que había en una pared, el número de habitantes de Roma (Historia y decadencia del Imperio Romano; Edward Gibbon)

De vez en cuando, al recordar su pasado sacerdotal, sufría de crisis místicas: un día se circuncidó, otro, intentó castrarse (Historia de Roma; Indro Montanelli) Sus excentricidades han podido haberse exagerado por la gran cantidad de detractores que tuvo en vida y que fueron recogidas a posteriori por los historiadores.

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